Las grandes firmas de lujo están retomando la costumbre de bautizar sus bolsos con nombres reconocibles. Tradicionalmente, se correspondía con aquellas celebridades que, en uno u otro momento, servían de inspiración para el diseño en concreto: Dior nos trajo el Lady Dior-por-Lady-Di, Hermès, el Kelly-por-Grace-Kelly, o Mulberry, el Alexa-por-Alexa-Chung.
En los últimos tiempos, Givenchy nos ha sorprendido con el Kenny–por-Kendall-Jenner (en la foto), un gesto que no veíamos desde hace años, y que aspira a representar la jugada de marketing perfecta. ¿En qué consiste? La famosa, llena de orgullo, luce el diseño, ofreciendo publicidad gratuita,mientras que el gran público, ante su visión, reconoce la asociación con la marca. Todo, con plena legitimidad y credibilidad. ¡Una maravilla!
Nombres propios y abstractos
Sin embargo, recientemente han surgido nuevas creaciones de nombres rotundos, como el bolso Luna, de Loewe, o 22, de Chanel, que juegan a la abstracción, lejos de la asociación con mujeres de carne y hueso. Una disociación entre productos y personajes en línea con la ruta hacia el metaverso que tantas firmas de moda han emprendido, y unida a la digitalización del retail de lujo: bautizar una creación supone asociarle una palabra clave, concederle identidad digital propia… mejor si es independiente de otra persona, ¿no?
Entre su vida personal y profesional, bastantes resultados online arrojan ya las celebridades como para lograr posicionar entre ellas su accesorio homónimo. ¿Acaso no tendría más sentido dotar a la pieza de un nombre propio a la vez que abstracto y desarrollar toda una historia en torno al mismo, aunque vinculada a una o varias embajadoras?