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El dilema de Musk

Cuando Elon Musk compró Twitter formuló un compromiso que le va a resultar difícil de cumplir: compatibilizar la libertad de expresión con la moderación de los contenidos, el acceso y la censura. ¿Qué riesgos son peores, los del odio o el abuso de poder? Si esto ya es un equilibrio complicado y polémico en el mundo analógico, no lo será menos en el digital. ¿Con qué criterios y mediante qué procedimientos se podría conseguir algo así en una red social?

Esta tensión entre libertad y moderación no es nueva. La dificultad de las plataformas como Twitter o Facebook para mantener su promesa de libertad de expresión y retirar expresiones dañinas es tan vieja como internet. La Red anunciaba el final de la exclusión y del control, una promesa de libertad de expresión ilimitada frente a aquella selección de los contenidos llevada a cabo por los intermediadores en el espacio analógico y sus medios tradicionales. Desde entonces, el mundo de Silicon Valley profesa un “liberalismo informativo” que erige la libre circulación de información en un verdadero proyecto político y rechaza toda limitación. Este es el punto de partida ideológico que las plataformas tienen que revisar si quieren hacer frente a la presencia de fenómenos tan inquietantes para la vitalidad de las democracias como la desinformación, la polarización, los discursos del odio o la incitación a la violencia.

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