El ruido de las ciudades enmascara el canto de las aves, lo que dificulta su éxito reproductivo y contribuye a su declive, ha explicado la responsable de biodiversidad urbana de SEO/BirdLife, Beatriz Sánchez, con motivo del Día Internacional de Concienciación sobre el Ruido, que se celebra este miércoles.
El ruido antropogénico es “una amenaza silenciosa” omnipresente en la naturaleza y, además de generar estrés en las aves, amenaza la abundancia y riqueza de las especies en los entornos urbanos, “dado que son seres vocales”.
Con menos presencia mediática que otros impactos ambientales, como la contaminación del aire o del agua, el ruido de las ciudades dificulta la comunicación de la avifauna urbana “ya que dependen de sus cantos y llamadas” para “pedir alimento, socializar, advertir de peligros, proteger su territorio y atraer a su pareja”.
Esta exposición al ruido ambiental urbano, “donde el volumen es mucho más elevado y continuado”, provoca “cambios en el comportamiento de algunas especies”, señala Sánchez.
Por ejemplo, “las poblaciones urbanas de carbonero común cantan más agudo en las ciudades que en los entornos rurales”, unos cambios que “se heredan y en parte se aprenden”.
Otro paseriforme, el serín verdecillo, adapta su melodía al ruido ambiental: “cuando el volumen supera los 70 decibelios, deja de cantar”, porque “no le compensa el gasto energético” que supone imponerse al constante bullicio de las ciudades.
Además, otras especies, como mirlos, mosquiteros y petirrojos, “aprovechan el silencio nocturno” para iniciar “el coro del amanecer” antes incluso de que salga el sol, aunque esto se debe también a la contaminación lumínica, ya que, “como hay luz, aprovechan y empiezan a cantar más temprano”.
La responsable de Biodiversidad Urbana de SEO/BirdLife recuerda que “la primavera es un momento muy sensible porque es la época de cría”, periodo en el que el canto de las aves “es fundamental para atraer a la pareja”.